Hotel Posada Don Porfirio

Esta leyenda es una de las más antiguas relacionadas con tesoros de que se tiene memoria en El Fuerte, es aquella que abarca misteriosos acontecimientos del siglo antepasado y culmina espectacularmente en el presente.

Vamos a dar inicio a nuestra narración y no precisamente por el principio.

La enigmática casa de Doña Arcadia Un hombre con suerte Don Porfirio Quintero quién llegó a El Fuerte en el año de 1906 como leyenda Don Porfirio encargado de la oficina del Timbre (Hacienda) en el gobierno porfirista del Gral. Francisco Cañedo como Gobernador de Sinaloa, se quedó en esta ciudad para siempre ya que aquí le fue de maravilla pues corrió con gran suerte al ser partícipe directo de acontecimientos en que la veleidosa fortuna estuvo de su parte.

La compra de la casa Esto le dio oportunidad de poder comprar en 1921 la magnífica casona colonial de la calle Juárez, ahí viviría don Porfirio el resto de su vida.

La mansión citada venía arrastrando desde un siglo atrás una misteriosa leyenda de fabulosos tesoros escondidos en ella así como de crímenes horrendos cometidos por sus primeros moradores.

Bueno, Don Porfirio al adquirir la finca, comenzó a restaurarla y acondicionarla para dedicarse a disfrutar de una placentera vida al lado de su joven y hermosa compañera su esposa Carolina Una extraña mancha En uno de los cuartos de la casona, a Don Porfirio le extrañó que la vieja pintura que cubría una de las paredes no se veía pareja, es decir, claramente se marcaba un rectángulo donde la pintura adquiría otro tono, como si una pequeña ventana hubiera sido sellada y el nuevo enjarre se diferenciara del antiguo u original.

Pero una cosa más le extrañaba a don Porfirio, aquel misterioso rectángulo se encontraba a una altura no apropiada para que hubiera sido ventana pues en aquella altísima pared de cinco metros, la mancha se dibujaba como a cuatro metros o sea cerca del techo.

Manos al asunto Así anduvo Don Porfirio con aquella carcoma pero dejó pasar el tiempo, después otro detalle le llamó poderosamente la atención, se dio cuenta que aquella pared “ciega” que dividía dos grandes cuartos tenía inexplicablemente dos metros de espesor mientras que en el resto de la casa los muros eran de poco menos de un metro o sea normales.

Esos detalles pues, hicieron que don Porfirio se decidiera a investigar a fondo el asunto, puso a un trabajador suyo y de su entera confianza que le llamaban “Jesús Chiliquillo” encaramado en una escalera a romper la pared donde se dibujaba el parche sobre la vieja pintura que ya contamos.

Se aclara el misterio La demolición aquella no fue difícil, inmediatamente quedó al descubierto un enorme hueco hacia abajo entre pared y pared, utilizando lámparas de mano se trató de “afocar” aquella oquedad, pero la visibilidad no fue buena, algo había en el fondo indiscutiblemente, pero no se podía precisar.

Comparte esta página en tus redes sociales ¿Qué procedería hacer?, simplemente romper la pared más abajo, cerca del piso y salir de aquella duda, de aquella emocionante curiosidad que envolvía a los participantes.

Pues manos a la obra, se hizo la horadación del grueso muro y la tarea tuvo éxito, las bien fundadas sospechas de don Porfirio de que ahí había algo fueron comprobadas.

Dicen, apareció ante su vista un enorme y fabuloso tesoro en barra de metal precioso y monedas de oro que ahí había sido depositado a granel, el cual se “desgranó” libremente por la rotura, para gran sorpresa, susto y emocionante satisfacción para aquellas dos personas.

Leyenda del tesoro Hotel Posada Don Porfirio Esa es la versión que la gente vieja de El Fuerte contaba con gran seguridad y que según parece sucedió en la década de 1930 y hubo detalles posteriores que indicaron que aquel hallazgo fue de proporciones muy considerables por su magnitud.

Los niños siempre dicen la verdad Nazario Como por ejemplo quienes en aquel tiempo eran chamacos de ocho y diez años y muy amigos de Nazario el hijo varón único de Don Porfirio, cuentan que éste con toda la inocencia que da la niñez les narró a sus compañeritos de juego que en su casa su papá había sacado mucho dinero de una pared, esos niños eran Chico Barreras y el Cheque Orozco (+).

El carro misterioso Luego también algunos viejos policías de servicio nocturno de esa época como Severo “El Pitoto” y su hermano Filemón contaban que a media noche llegaba a El Fuerte un misterioso vehículo de forma y características no usual, no como los demás carros muy pocos por cierto- que en la ciudad circulaban.

Este vehículo se paraba frente al zaguán de la casona después de las doce de la noche cuando el servicio de luz eléctrica municipal se suspendía, y empezaba a ser cargado con cajas de madera no muy grandes y al parecer algo pesadas.

Esta tarea se realizaba con gran sigilo y movilidad, así como a las dos horas carro enfilaba en aquella oscuridad por la calle Obregón rumbo a la salida a Los Mochis.

Y dicen este movimiento se realizó en varias ocasiones.

Bueno, vamos a suponer que todo esto tenga algo de cierto, que no sea una más de las leyendas de El Fuerte, pero ¿y quién emparedó ese fabuloso tesoro y porqué lo dejó ahí?

Quizás esta interrogante tenga respuesta si le hacemos caso a la vieja leyenda que cuenta de un “sucedido” que ya nadie recuerda pero que dicen fue palpable realidad.

Llegan los Condes de Retes A principios del siglo antepasado, cuando todavía no éramos nación mexicana sino la Nueva España, se dice que llegó a América una pareja de jóvenes esposos pertenecientes ambos a la nobleza española, y se vinieron a radicar directamente a El Fuerte, con el único propósito de comerciar con metales preciosos, es decir ellos con una disponibilidad amplia de dinero comprarían aquí oro y plata para enviarlo a España por el único medio de transporte de entonces o sea por mar, con los riesgos y peligros que ello implicaba.

Se establecen como dijimos en El Fuerte y por principio de cuentas edifican una gran mansión obviamente de estilo colonial y ahí comienzan su preciada tarea.

Y así empieza a transcurrir su vida en la apacible y placentera villa de El Fuerte de Montesclaros.

Se dice también que ella era una mujer muy hermosa nacida en la provincia de Andalucía, y él un apuesto mozo de origen Granadino.

Es tan vieja la leyenda que el nombre de él se perdió en el olvido, sólo se sabe que pertenecía al linaje de los llamados Condes de Retes, en cambio el de ella si se conserva en la memoria, se llamaba Arcadia Gonzáles.

A hacer la bóveda Como en esos tiempos las cajas fuertes no se inventaban, la pareja optó por hacer una bóveda en medio de dos cuartos levantando una gruesa contrapared y dejando en medio la oquedad requerida Cuando aquella original caja de seguridad quedó terminada, se le dotó de una pequeña ventana en la parte alta y por ahí empezaron a vaciar a granel barras de oro y plata, así como monedas de alta denominación en oro.

Para llevar a cabo esta tarea de compra y almacenamiento se tardaban años, para así completar un buen cargamento y enviarlo a sus contactos a España.

Pero no falta un pero La armonía y felicidad de la pareja hubiera sido completa a no ser por una sola cosa, no pudieron tener hijos.

Esto provocó una gran frustración en los dos, dando por resultado ciertas desavenencias que mermaron la buena marcha de aquella relación.

El Conde y la sirvienta En la casa tenían a su servicio una bella doncella sierreña y sonrosada que se había traído del rumbo de Batopilas a donde viajaban seguido a hacer sus arreglos de las compras de oro y plata.

Aquella joven pronto salió embarazada por culpa del apuesto patrón, esto por supuesto lo supo perfectamente la esposa y para “desembarazarse” de aquella situación que sería una gran vergüenza ante el aristocrático círculo social que les rodeaba, el español optó por desaparecer a la sirviente a la cual se dice envenenó y sepultó clandestinamente en un lugar oculto en la mansión, y propalando por supuesto la versión de que la joven se había ido para su lejana tierra.

¿Andaba mal de la cabeza?

Pero este caso al tiempo se repitió con otra joven en iguales circunstancias y con los mismos resultados.

Esto por supuesto indignó en grado superlativo a su esposa Arcadia, y las relaciones conyugales tomaron cariz tenso y hasta peligroso; no tuvo vuelta, a eliminar también a esta otra; él quizá pensaba así como había eliminado a las dos mujeres hacerlo igual con su esposa para así rehacer su vida con quien sí pudiera darle hijos, cosa que era su gran preocupación, pues cómo se iba a cortar la dinastía de los Retes.

Ella por su parte no dormía con el temor de correr igual suerte, ya que a esas alturas nadie podría haber asegurado que la salud mental de uno o de los dos cónyuges seguía siendo cien por ciento normal.

La desición fatal Con ese estado las cosas, en esa tensión constante, la hermosa Arcadia una noche lo decidió todo.

A la siguiente noche ya estaba velando el cuerpo del apuesto Conde de Retes, quién horas antes había muerto repentinamente de una fuerte intoxicación.

Le pegó “congestión” dijo la gente, efectivamente lo habían “congestionado” tres diminutos gramos de estricnina aplicada cuidadosamente en la comida.

El último viaje La bella Arcadia mando embalsamar el cuerpo de su “querido” esposo y cuando estuvo listo, cerró el portón que era la única entrada a la mansión y así cuerpo y dama se fueron a la capital de la Nueva España, a la ciudad de México, y de ahí lo llevó a Veracruz embarcándose en ese puerto rumbo a España naturalmente.

Toda esta etapa hasta aquí narrada debe haber transcurrido entre 1800 y 1810.

Un grito de rebeldía Doña Arcadia preparaba su viaje de regreso acá en México cuando a un cura se le ocurre prender la mecha de un movimiento independentista, esto hace que la dama suspenda obviamente su regreso, pues la cosa se ponía fea en verdad, ese cura de nuestra historia todos sabemos que se llamó don Miguel Hidalgo y Costilla.

Y como la guerra de independencia duró once años, fueron al parecer los mismos que doña Arcadia permaneció en España sin poder volver acá al Fuerte, todo ese tiempo su casa permaneció cerrada y su tesoro ahí incólume durmiendo el sueño de los justos.

El regreso de Doña Arcadia Llegó el año de 1921, México recobró su libertad que por 300 años había perdido; españoles y otros extranjeros pudieron nuevamente viajar sin sobresalto por el nuevo país que tomó el nombre de República Mexicana; y entonces la ahora otoñal doña Arcadia un día se apareció por El Fuerte, abrió el oxidado portón de su casa, abrió las espaciosas habitaciones y demás piezas que componían la propiedad, donde se percibía un fuerte olor a humedad, se dio a la tarea de dejar su casa como antes y prosiguió con su antiguo oficio de comprar metales preciosos que iba almacenando día con día, sin ninguna prisa en el lugar de siempre.Echándole números al asunto podemos sacar las siguientes conclusiones: Si doña Arcadia regresó cuando ya se habían aplacado los ánimos y los disturbios de la guerra, debe haber sido por 1825, en la fecha ella debe tener de 45 a 50 años; luego como se dice que permaneció trabajando en El Fuerte algunos años, nosotros le vamos a poner que fueron diez, así que estamos en 1935.

Ahora era “Doña Arcadia” la otoñal matrona, amiga que era o había sido de españoles y criollos radicados aquí como el ex diputado a las Cortes de España don Francisco Delgado quien se quedó para siempre en El Fuerte e influyó para que la cerrada mansión de doña Arcadia no fuera saqueada en la ausencia.

Delgado murió en 1856.

Otro de esos amigos lo fue el cura José Francisco de Orrantia, de igual manera celoso del tesoro que venimos reseñando, este señorón muere en 1834.

Otro más de sus amigos íntimos lo fueron don Francisco de Ybarra y doña María Dolores Escalante su esposa, Era esa pues la alta sociedad de la villa.

Así vivió doña Arcadia como única dueña de aquello tan oculto pero que todo El Fuerte conocía o al menos sospechaba.

Un día Doña Arcadia tapó cuidadosamente la entrada de su preciada bóveda, la enjarró, cerró el zaguán y se fue de viaje a la capital de lo que había sido la Nueva España, la ciudad de México, que orgullosamente ostentaba hoy el titulo de Capital de la República Mexicana, aunque regida por un dictador como lo fue el General Antonio López de Santa Anna; Se cuenta que Doña Arcadia ya no volvió, que desapareció misteriosamente y que su casa no se abrió en muchos años; otros dicen sin asegurarlo, que Doña Arcadia murió en El Fuerte y que al no tener familiares aquí, la casa fue cerrada por las autoridades pasando así mucho tiempo, de tal manera que quedó sin dueño por mucho tiempo y como el país ya independiente siguió en guerra no hubo reclamación de nadie por la propiedad.

Deducimos que Doña Arcadia abandonó El Fuerte entre los años 1835 y 1840; Y al transcurrir otros diez años sin que nadie reclame la casona o pague alguna contribución la propiedad pasa por ley al gobierno, y a este no le queda mas que rematarla al mejor postor; Siendo este nada menos que Don Ambrosio Guerrero Valenzuela quien la compra en 1850; Don Ambrosio fue un rico personaje dedicado a la ganadería y a la política casado con Doña Francisca Ceceña Quiróz con quien procreó una familia de 16 hijos, siendo así originarios de una dinastía conocida ampliamente en la ciudad.

Don Ambrosio reestructura y amplía la casa, respetando su estructura original de piedra y lodo, no mostrando ningún interés por las grandes paredes donde se encontraba la bóveda de Doña Arcadia.

Ocupándola durante 30 años y donde realizó los grandes acontecimientos familiares como lo fueron las bodas y cumpleaños de su numerosa familia, así como el deceso de algunos de sus hijos.

Al morir Don Ambrosio en 1880, obviamente la casa fue heredada por su esposa “Doña Panchita” quién se queda viviendo con dos hijas que nunca se casaron de nombre Camila y Arcadia, esta última tal vez bautizada en memoria de la Condesa de Retes, y bajo el cuidado de Ambrosio II, quién también, le hizo grandes mejoras a la finca y fue un destacado personaje de nuestra ciudad; Pero volviendo a la personalidad de su actual dueña (Doña Panchita) nos permitimos narrar tan solo una página de su vida.

Doña Francisca era una persona religiosa hasta rayar en el fanatismo y siendo una persona ya muy vieja, quedó ciega; Tenía una imagen de la Virgen de Guadalupe que era su adoración, pintada al óleo y montada en un hermoso marco chapado en oro que hacía del cuadro una muy valiosa obra de arte.

Todos los años el 12 de Diciembre hacía grandes ofrendas y velaciones, antes y después de quedar ciega.

Un día sus nietos y demás familiares le prendieron tantas velas al altar que éste se incendió junto con el valioso lienzo.

Nada le dijeron a la anciana ciega; Improvisaron una tela similar y la colocaron en el marco, así engañaron a la viejita que tocaba la tela y creía que ahí estaba la imagen tan querida.

Así le rezó por muchos años y nadie se atrevió a decirle la verdad, pues de haberlo hecho hubieran apresurado su muerte, que llegó cuando Doña Panchita enfermó de influenza y murió a los 84 años en 1894 dejándole la casa a sus hijos Camila, Arcadia y Ambrosio II.

Siendo precisamente Don Ambrosio Guerrero quién construye la fachada de los tiempos porfiristas que hoy observamos y disfrutamos, mandó a colocar en la parte alta de la entrada sobre el arco del zaguán un enorme pastel con sus iniciales (A.G.) que aún podemos observar y son mudos testigos del lento transcurrir del tiempo.

Lo curioso del caso es que esas letras coinciden también con las iniciales de Doña Arcadia González la Condesa de Retes, y por si fuera poco también coinciden con las iniciales de su última moradora que fue Doña Arcadia Guerrero.

Don Ambrosio Guerrero respetando la decisión de su padre nunca buscó aquella bóveda de que tanto se hablaba tal vez porque no tenía ninguna necesidad ya que siempre fueron una familia muy adinerada y no tenían necesidad de buscar lo que no habían perdido.

Aún mas siendo una familia tan religiosa no se atreverían a profanar las tumbas de las doncellas asesinadas y se decía ahí sepultadas.

Se aprecia en su parte superior el pastel con las iniciales A.G. Entrada del Hotel Posada Don Porfirio donde se observa el “pastel” con las iniciales A.G. En 1921, Doña Arcadia Guerrero ya cerca de su muerte y muy anciana vende la propiedad a Don Porfirio Quintero Lares para llevar ahí a su joven y bella esposa Doña Carolina Rivera con quien había contraído matrimonio ese mismo año y con quien procreó tres hijos Hildelisa, Nazario y Norma de quienes se desprendió una numerosa familia y así lograr una larga estancia en la residencia de 54 años hasta su muerte en 1975, a los 94 años mientras que Doña Carolina le sobrevivió por 19 años más ya que su deceso se produjo en 1994 con 85 años de edad.

A la fecha la propiedad fue heredada por sus nietos, quienes la han convertido en lo que hoy conocemos como HOTEL POSADA DON PORFIRIO, en memoria de los abuelos y con la finalidad de conservar en su estado original la gran casona donde tantas personas y generaciones disfrutaron o sufrieron grandes tragedias y acontecimientos que dejaron gratos recuerdos en cada una de las personas que ahí han morado.

Si somos curiosos observaremos un común denominador que ha caracterizado a todos los propietarios de la finca, esto es, que gozaron de una gran longevidad y murieron de edades muy avanzadas para sus épocas.

Fuente: Crónicas del Zuaque

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